Sentir, tocar, acariciar....es el mejor de los sentidos, al menos para mí. Cuando tocas una puerta antigua, sientes el frío tacto de la madera vieja, el frío de algo inerte y bello. Cierras los ojos e imaginas al carpintero que hace años la cortó, talló y ensambló para esa iglesia o ese palacio; para embellecer una obra de arte. Otra obra de arte.
La arena de la playa es fría y húmeda en los días de invierno. En verano es cálida y seca. Se resbala por entre los dedos, dejándose acariciar. ¿Cuantas manos y pies habrán tocado esta misma arena? ¿De donde provendrá? ¿Cuantos kilómetros habrán viajado esos finos y minúsculos granos de arena hasta descansar en ésta playa?
Acaricia una fruta... su tacto suave, el aroma que desprende. Su corta vida está a punto de acabar dentro de la cadena alimenticia. La naturaleza nos ofrece la belleza para que la disfrutemos con el tacto, el gusto, el olfato...
Pero yo me quedo con el tacto. No hay nada mejor que disfrutar del tacto. Por eso, disfruto cuando me lleno las manos de pintura y voy dando forma en un lienzo al sueño que tuve anoche. Al pensamiento que tuve hace días. A los sentimientos que afloran y no sé como expresarlos con la palabra.
Hoy me llenare las manos de pintura.
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